viernes, 5 de junio de 2009
Hace unos días, en sesión de terapia familiar, tuve la oportunidad de observar como un adolescente de unos 17 años le decía a uno de sus hermanos, mientras este se ponía a llorar por no conseguir el objeto de uno de sus repetidos caprichos, que no se comportara como una niña. Desde hace muchos años, cuando oigo este tipo de exclamaciones se genera en mí un rechazo visceral a la injusticia que tal enunciado encierra en relación con el sexo femenino y la ignorancia que demuestra en relación con el sexo masculino. Es evidente que en un periodo especialmente sensible en lo que tiene que ver con la construcción y consolidación de una personalidad adulta en la persona, el aferrarse a estereotipos y esquemas ya hechos, de contenido y aplicación simple, es una tentación difícilmente superable para muchos adolescentes. Pero no es menos cierto que hablamos de un periodo en el que la necesidad de diferenciación respecto a los la familia de origen es también una de las claves que mejor permiten entender los comportamientos, ideas y modos de sentir de los chicos y chicas en estas edades. No es vano, la rebeldía y el oposicionismo que tantas horas de sueño quita a tantos padres no es ni más ni menos que la expresión de este rasgo de una personalidad en dinámica y más o menos turbulenta evolución. Bueno sería construir una nueva visión igualitaria de géneros, sin "errores" de base.
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