domingo, 1 de febrero de 2009

La emoción sin lugar

Érase una vez una emoción que no encontraba su lugar. Quien podía darle su nombre había decidido sujetarla bien, distanciarla, asegurarse de que no pudiera invadirle. El temor era intenso, el deseo no menor. Quizás pudiera guiarla hacia selvas recónditas. Puede que le desconcertara, le hiciera perder la ruta seguida hasta ahora sin más. Quién sabe si le haría encontrar gusto en lo que ella no era, o creía no ser. Con esfuerzo incluso mayor al que le habría supuesto dejarse embriagar, se propuso encerrar el océano en una botella. No quiso que peligrara su paisaje.. Protegió al vecindario de inesperadas convulsiones. Les pidió tiempo, pero no se lo dieron Cubrió sus cercanos con la coraza de sus manos, las más tiernas de otros momentos, y con los párpados bajados. Una membrana casi perfecta de aspecto faraónico, y un rincón secreto donde recluir tanta vorágine, levantaron la mastodóntica pirámide egipcia que agotó la propia y más hermosa vida de aquellos días. O no.

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